Cuando crees que todo ha terminado,
cuando crees que el dolor se ha ido
y cuando crees que ha llegado el olvido,
se presenta en tu camino como si el destino se hubiera
acostumbrado a verte llorar,
aparece y una bomba de emociones recorre tu cuerpo,
mariposas en el vientre, hormigas en la piel, cosquilleos repentinos, dolor en el pecho, falta de aire… y todo eso, resumido en
recuerdos.
Recuerdos.
Una sola palabra que te crea tantos sentimientos
por tu cuerpo que tu estado anímico cambia por completo. Tu cerebro desconecta
y quedas perpleja.
Y recuerdas, comienzas a pensar, y de repente, él. Ahí está
él, cuando estaba ya casi saliendo por la puerta llega y decide quedarse un
rato más.
Y duele, vuelve a doler, duele tanto que lloras y vuelves a la
rutina, querida rutina.
Te echaba de menos... ¿’’Te’’?, no; le. Le echaba de
menos.
Echaba de menos escribir para él y echaba de menos recordar los momentos
que pasé con él,
pero preciosa rutina, no recordaba que tuviera tanto dolor, no
recordaba que hería tanto el alma al recordar su sonrisa.
Y que contradicción
tan tonta y dolorosa aquella, que te vuelve loca pensar en su sonrisa y a la
vez te consume porque, al fin y al cabo, es sólo eso, un recuerdo.
Te consumes
poco a poco y tu corazón muere a cada segundo que le ves en cada calle, cada segundo y
cada minuto de tu rutina te mata y descompone como el tabaco.
¡Pero qué dulce
locura esta de los recuerdos!
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