Como una pareja de ancianos bailando al son de la música
clásica que pone el bar de la esquina.
Como si nada malo ocurriese, como si fuésemos el polen que
vuela por el aire, libre y que, en algunos casos, no está cómodo en ciertas
personas, y busca un sitio donde poder quedarse y ser feliz, como este texto que
escribo sin sentido pero con mi alma puesta en cada una de las letras.
Las letras de tu nombre que me gustaba tanto decir, y
escribir en cada una de las esquinas que veía en la calle, para que todos
tuvieran claro que eras mío y que siempre lo serías.
Y ahora camino por ahí y sólo quedan restos de pintura
difuminados por la lluvia, por la lluvia del cielo y de mis ojos por pasarme
las noches mirando las estrellas recordándote. Recordando cada uno de los
momentos juntos, pero eso son, momentos que quedarán en el olvido y que ni si quiera
tu mente podrá recuperar, pues está en el hueco de recuerdos inexistentes que
jamás recordarás, mientras los míos ocupan todos los huecos posibles de dolor y
recuerdo, de amor y olvido, de rencor y de unión.
Cuán de unidos estábamos, como esa pareja de ancianos que
deseaba ser tú y yo en un futuro pero que ahí quedó, en un futuro quiebro, roto
en pedazos pequeños, como mi corazón, sin reconstrucción, porque ningún
arquitecto podría reconstruir algo tan roto y pequeño, tan negro y obsoleto. Obsoleto
porque sólo tú conseguiste ocuparlo, y por supuesto, destrozarlo.
Quedarte con
los cachos del suelo y los demás tirarlos a la basura, junto a los te quiero y
a todas las promesas que jamás cumplirás porque claro; las promesas hoy ya no
sirven de nada. Ni las miradas ni las palabras sirven de nada.
Qué ilusa, para mi significaban todo, me creía todo de ti,
todo lo que me decías y todo lo poco que me demostrabas, en fin, pensaba que
algún día podrías demostrármelo y de lo que no me daba cuenta era de que huías
de eso mismo, de los actos y las promesas que debías cumplir. Del miedo a ser
feliz. Ese miedo que para mí era alegría porque comenzaba a cumplirse.
Comenzaba a ser feliz, a quererme, a sonreír.
Y como de un suspiro se tratase,
en pocos segundos mi felicidad se esfumaba como al soplar el polen o al soltar
un globo. Se fue de mí y jamás volvió a aparecer por aquí.
Como mi corazón, jamás volví a sentirlo, ni a notarlo. Ahora
vivo con un vacío que me ataca cada noche. Que me atormenta las mañanas, y que
no me deja vivir.
Y lo peor de todo es que aunque pasen los días, siempre
tendré la esperanza de que venga y vuelva a unir esos pedazos de corazón que se
quedó consigo.