Pasas por delante de todas esas calles y los recuerdos te
golpean la cara.
Y las lágrimas recorren las mejillas que un día fueron
acariciadas por él.
Y cada vez es más insoportable y cada vez más fuerte.
Y el dolor no cesa, prosigue, no para.
Y tú, pensando en cómo salir de ésta te das cuenta de que
estás atrapada, que él te atrapó.
Te cogió y te metió en el fondo con más oscuridad de todos
los fondos de este universo, para que te quedaras allí eternamente, metida en
una esquina de su mente, de su pequeño y roto corazón, en su inmensa y
alumbrante alma.
Y sin puertas de salida deja cada hueco para que no puedas
escapar,
para que cada día te atormentes y recuerdes que tú, antes,
ocupabas todo ese espacio,
y que por tu culpa estás ahí, en ese pequeño trozo de su
amor.
Amor que dejó atrás en esa última mirada que ninguno sabía
pero que era la final.
Final como todos los cuentos e historias que jamás
sucederán,
porque esto, tristemente, es la vida real.
Real como todos los besos que nos dimos,
y tan real como los que nunca nos volveremos a dar.
Poco falta para la batalla,
recoge la fortaleza, salta, grita,
pues nunca más volverá.
Es tu única e inesperada oportunidad.