Le echo de menos, y por mucho que intento separarle de mi
mente, se aferra a las paredes que ahora nos separan. Esos muros que un día
rompí y que hoy ya no puedo reconstruir.
No consigo aceptar su ida. Su adiós. Se fue, se marchó. No
puedo aceptar un día sin sus besos, una noche sin su aliento. Una tarde sin su
abrazo, sin su sonrisa y sin sus ojos, no puedo aceptar que esto ha acabado, no
puedo aceptar que ha terminado. Y lo intento.
Pero ha cada intento me duele más el alma y mi cabeza me da
vueltas, se pregunta por qué y mi corazón responde: ¡¡por tu culpa!! Y lloro y
grito y me caigo. Me quedo en el suelo y después recapacito. Yo he acabado con
esto y yo podré reconstruirlo.- me digo. Y luego vuelvo a recapacitar y digo, ¡pobre
ingenua!
Esto ya es cosa del pasado, pero cada momento con él se me
quedó marcado, y se me pone delante cada vez que paso por aquellas calles, y lo
veo en lugares en los que jamás él podría estar, y se mete en mis sueños y me
ilusiona, y luego despierto y vuelvo a recordar que se ha ido, que jamás
volveré a tenerle a mi lado.
Y querido amor, querido pero triste amor, ¿cómo puedo yo
olvidarme de aquella persona que lo fue todo para mí?, ¿cómo puedo hacer que se
marche de mi mente, que se separe de mi lado y deje de recordarme que fue todo
mi culpa?, ¿cómo…? ¡¿CÓMO?!
Me desespero, le anhelo… no puedo con este dolor en el pecho
que me empuja al abismo, aquel donde yo estaba y de donde él me sacó, y, qué
caprichosa la vida, que me vuelve a poner de puntillas sobre él para que sea yo,
sola, quien decida si tirarme o esperar a mi siguiente ángel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario